Una especulación sobre Pedro Sánchez

(Este relato es una ficción. Cualquier parecido con la realidad es solo una sospechosa coincidencia)

 

Por lo que dicen, desde su adolescencia, era alguien que pasaba desapercibido, sin destacarse por malo, así que parecía bueno, un chico dentro de la norma, sin que haya trascendido ninguna gesta especialmente solidaria o justiciera. Según el periodista Rafael Palacios, hay conocidos de su juventud que lo definen como un tipo gris, neutro, mediocre, sin carisma ni liderazgo. Quizá, y esto lo recelo yo, nunca hizo nada que despertase un reconocimiento genuino a sus padres, a su familia o a su entorno, más allá de ser guapo en un ambiente de posturismo intelectual donde la belleza física era una competencia poco valorada, pudiendo ser, incluso, objeto de envidias y bullying. Eso me hace verlo tremendamente inseguro en su fuero interno. Vivir en tierra de nadie lo tendría herido en su orgullo y el anodino Pedro quería ser alguien.

 

Los amos del mundo buscaban, mientras tanto, una marioneta para desgobernar el estratégico enclave español. Debía ser alguien sin demasiados escrúpulos, de principios fluidos, con escasa empatía y pocos o ningún valor religioso. De ascendencia socialista y dispuesto a todo para sacarse la frustración, fulgurar ante quienes lo ningunearon y alimentar su vanidad latente, sostenida, tan solo en su vistosa apariencia (¿otro Justin Trudeau?).

 

Pedro Sánchez era el tipo perfecto para el fin que buscaban: alguien ambicioso pero manipulable desde su maltrecho ego, cuya falta de personalidad, elocuencia y magnetismo podían ser excusados por su pinta y una sofisticada campaña mediática. Probablemente, lo captaron pronto para irlo amansando y dirigiendo al cargo que hoy ostenta, sin escatimar en gastos para apartar a eventuales competidores. Como acostumbran con cualquier aspirante al poder, lo implicarían en situaciones comprometidas (de hacer daño a otros, adultos o no, y sigo especulando), obteniendo registros con los que poder chantajearlo, en caso de despertarse en él algún amago patriota, cebando con ello a su bestia interior.

 

En definitiva, y es mi apuesta, lo eligieron por eso y lo impulsaron ellos. Sánchez nunca hizo méritos. Su escasa aprobación popular lo atestigua y su falta de determinación para defender la soberanía española, favorecer lo justo en cualquier ámbito o, siquiera, cumplir con la Constitución, decretan lo mismo: el insustancial Pedro haría cualquier cosa por mantenerse en el candelero político, pues ahí siente que es alguien.

 

Pero en toda partida hay turnos de juego y en un momento dado, se activó el reloj para el accionar de las fichas blancas en tablero geopolítico mundial. En España, el movimiento que procedía era sustituir la ficha negra del presidente en funciones y una de dos: o se le daba de baja mediante el código en clave “covid” y se le cambiaba por un doble; o bien, se le aplicaba una pátina de amenazas persuasivas para que cumpliera otra agenda, esta vez dirigida por los buenos. En ambos casos, la idea con este nuevo Biden, era pisar el acelerador de los desatinos a fin de darle al pueblo español la terapia de shock que necesitaba para sacarla del letargo. Y el tufo a tiranía sería tal, que quienes impulsaban el tanque en la sombra, parecerían seguirle el juego a los malos cuando, en realidad, los llevaban de bruces al precipicio.

 

Sánchez es hoy es un vector de bancarrota donde han de confluir todos los desastres al servicio del plan y es mejor que el estado profundo español caiga con él como presidente, que, con un outsider desvinculado del control, quien habría estado en permanente asedio vital.

 

En ese sentido es, sin duda, otro Biden, un muñeco vacío y desechable. La estrategia no es mala: con ellos en el poder, se desactivan las manifestaciones artificiales tipo Antifa/BLM y se reactivan las naturales, las que representan el auténtico despertar de la masa dormida. Creyéndose en el gobierno, además, los malos se confían, resultando más torpes, mientras los buenos hacen lo suyo entre bambalinas: básicamente, recabar, mediante la infiltración y la tecnología, evidencia de sus delitos para que después, los tribunales, civiles o militares, hagan lo propio.

 

¿Por qué permitir que se lleve al país a las puertas de la desmembración? Aunque no recuerdo las palabras exactas y tampoco importa quién lo dijo, esta es la respuesta que más me encaja: “a la gente no le puedes contar la verdad, tienes que mostrársela”. Han de verla por sí mismos para poder asumirla. Y si no les mueves el suelo que pisan, quizá no reaccionan. Ya lo dice el refrán: “ojos que no ven…”. Cuando el mal y el bien queden intensamente expuestos, el resto de las fichas caerá sin remedio, dejando la insoportable verdad desnuda. Y ya saben lo que pasa con la verdad, según aquel que partió la historia en dos.

 

Esta épica batalla marcha, pues, según lo previsto. 

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