Hoy vamos a sumergirnos en un tema que algunos tenemos naturalizado, pero que otros van a considerar friki, como mínimo.  Porque si para mucha gente la política conocida ya es un embrollo a menudo indigesto, ¿cómo vamos a hablarle de una política “exo”? ¿Y qué sería eso de “exo-política”?

Veamos: la voz de origen griego, exo, significa "fuera, del exterior", por lo tanto, la exopolítica sería, según el investigador, sociólogo y filósofo peruano Giorgio Piacenza, “una disciplina emergente fundamentada en las ciencias sociales que estudia de manera interdisciplinar las implicancias sociológicas, políticas, legales, culturales, históricas, filosóficas y teológicas en conexión con los nuevos paradigmas científicos y filosóficos asociados a la posible o real presencia extraterrestre. No requiere creer en un actual contacto o presencia extraterrestre pero sí a considerar su posibilidad y sus probables consecuencias.”

Según otro de sus estudiosos y divulgadores más conocidos, el dr. Michael Salla, “la exopolítica podría definirse como el estudio de los aspectos políticos de la interacción entre civilizaciones extraterrestres y la civilización humana en la Tierra. Postula que nuestra circunstancia terrenal es que estamos  en medio de un universo altamente organizado y en evolución, poblado por sociedades interplanetarias, intergalácticas y multidimensionales. En el modelo exopolítico, todos los planetas que contienen vida, de la forma en que lo hace  el Planeta Tierra, son miembros de un universo colectivo que operan bajo una ley común.”

Aporto estas definiciones cualificadas como base teórica para que todos partamos de un entendimiento común, dado que aquí no quiero centrarme en lo técnico del concepto, sino en el aspecto más psicológico y sociológico de esta posibilidad. Osea, ¿en qué nos afectaría a cada uno a nivel práctico que existieran otras civilizaciones en el vasto universo y que se hubieran o se estén relacionando con los gobiernos de la Tierra?

En principio, para la gran mayoría, en nada. Quienes viven insertos en el sistema-deuda, luchando por llegar a fin de mes, a menudo no tienen tiempo de preguntarse siquiera si podrían vivir de otra forma. Sin embargo, otros alcanzamos a concluir alguna cuestión bien práctica al respecto: que si esa posibilidad fuese cierta, las tecnologías de aquellas civilizaciones, aplicadas y adaptadas a las necesidades terrestres, podrían hacernos la vida mucho más fácil, permitiendo a las futuras generaciones olvidar que alguna vez nos costó sudor y lágrimas generar el dinero con que pagar a las distintas instituciones que, de ese modo, te daban “permiso” para vivir aquí. Bastaría, en cambio, con que una raza ET estuviese tan sólo 1000 años por delante de nosotros para que tuvieran mucho que compartirnos sobre transporte, energía, inteligencia artificial, superpoblación, ecología, economía, medicina, alimentación… en fin. Asuntos que sí mejorarían nuestra vida sustancialmente. Entonces, el hecho de que no se haya dado a conocer públicamente esta posible interacción exopolítica puede deberse, primero: a que, sencillamente, no existe; O segundo: a que, existiendo, hay poderes a quienes no interesa que se conozca porque prefieren manejar tales relaciones en su beneficio.

No obstante, dando credibilidad a esta segunda opción, ¿por qué permitirían los et’s que sus conocimientos fuesen monopolizados por unas élites en perjuicio de la mayoría de habitantes de este planeta? Aquí vendría a colación esa “ley común” que regiría a las razas humanoides de este cuadrante del Universo. Y vayamos por partes: Por una parte, tendríamos la ley de libre albedrío que explicaría esa relativa distancia autoimpuesta en algún momento de la historia (no en todos, pues el arte e innumerables crónicas históricas conservan elocuentes ejemplos de estas extrañas visitas celestes), considerando que alteraban nuestro desarrollo natural.  Es decir, se mantendrían invisibles por respeto a nuestros procesos evolutivos interiores-exteriores, pues una baja conciencia con una alta tecnología pondría en peligro la supervivencia del propio planeta. Pero ¿hay unanimidad entre todas las razas et’s? ¿Están todas alineadas con esa ley común? Por lo visto no. Y al parecer existirían razas más egoístas y otras más benevolentes. Las más egoístas serían las que habrían intercambiado tecnología exótica con élites de dudosa ética a cambio de usar humanos con los que mejorar su propia genética. Los benevolentes, en cambio, nos asistirían con orientación y revelaciones telepáticas para que nosotros mismos desarrollásemos nuestra tecnología, como se cree que sucedió con Nicola Tesla y otros asombrosos inventores, finalmente enmudecidos por anónimos “hombres de negro”.

En conclusión, que existan o no los et’s, haya o no exopolítica con ellos, interesa impedir que las élites acaparen el conocimiento entregado por infinidad de inventores y evitar que se boicoteen los avances tecnológicos creados para beneficio de la humanidad. Dados los desafíos climáticos, sanitarios y económicos que vivimos, sería el momento de exigir que se liberen las patentes de energía gratuita y exótica, de desarrollar la tecnología consecuente y ponerla al alcance de cada ser humano. Para que progresemos de un modo sostenible, para que a nadie le falte luz, agua y techo, para que dejemos de ser esclavos de la deuda, para que poblemos confortablemente zonas despobladas y, en definitiva, para que nunca más tengamos que pagar por vivir en el planeta en que nacimos. Ahora bien, si esos et’s benevolentes por casualidad andan cerca, pido, desde mi humilde morada, que nos echen una mano  más contundente, pues sería la mar de entretenido llegar a convertirnos en raza galáctica y establecer relaciones abiertas con nuestros hermanos estelares, ¿cierto?

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