Leyendo entre líneas

Nos hallamos en tiempos complejos que requieren lecturas profundas.

 

¿Qué pasa cuando los sistemas de votaciones de prácticamente todos los países, se han diseñado con protocolos vulnerables al fraude que permiten orientar el triunfo según los intereses de un gobierno superior?

 

¿Qué pasa si, en virtud de esa circunstancia, se van turnando, en los gobiernos de nuestros países, autoridades manipulables y deshonestas que favorecen la corrupción?

 

¿Qué pasa si, por fin, se organizan grupos poderosos con intereses menos egoístas, para desalojar y condenar a estas élites corruptas, atendiendo a las constituciones soberanas que rigen en algunas potencias o, atendiendo, simplemente, a la ley de cada país?

 

¿Acaso no encontrarían una gran resistencia? Y si las élites tuvieran el control de la prensa, ¿acaso no volverían la opinión pública contra las cabezas visibles de estos grupos eventualmente liberadores?

 

¿Acaso no serían capaces de provocar guerras, estallidos sociales, catástrofes climáticas, atentados, crisis migratorias, pandemias artificiales o magnicidios si un hipotético gobierno outsider tratase de detenerlos?

 

Y sabiendo cuál es su modus operandi habitual, entrenado, repetido y perfeccionado por siglos, ¿cuál sería la mejor estrategia para hacer lo que hay que hacer y asegurar el éxito?

 

¿Tendrá “El arte de la guerra” algo que decir al respecto? ¿Será buena idea emitir señales confusas?, ¿dar muestras de debilidad?, ¿ofrecer indicios contradictorios?, ¿tener agentes con doble discurso? (por ejemplo: que hoy remen a tu favor y mañana se vistan de Baphomet)

 

¿Quizá sea pertinente adelantarse a sus movimientos y crear un escenario donde ellos parezcan ganar, de modo que se neutralicen los ataques de falsa bandera y durante su gobierno (aparente) se drene el pantano con mayor tranquilidad, lejos del ojo público?

 

¿No será ese el caso de los países donde un líder de trayectoria mediocre y poco carisma ha llegado al poder en unas ajustadas elecciones sin que su oponente haya ejercido una vehemente resistencia al resultado? (véase USA, España, Chile, Perú, ¿Brasil?…)

 

Si el ejército, como garante de la Constitución, estuviera detrás de las estrategias de limpieza de las cúpulas gubernamentales, ¿no podría ser una buena idea permitir la existencia de dos gobiernos, uno aparente y otro oculto, el primero (el impostor), para que el enemigo se confíe y peque descaradamente y el segundo (el legítimo), para gobernar en la sombra, realizar detenciones, aplicar la ley, sanear el sistema electoral y preparar unas siguientes elecciones limpias?

 

¿No sería mejor, entonces, “dejar ganar” a los malos a su manera, habiendo llenado de trampas el terreno que van a pisar, para dejar en flagrante evidencia su corrupción y que, llegado el momento, nadie dudase de su naturaleza perversa?

 

Que cada palo sostenga su vela.

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